viernes, 23 de mayo de 2008

salvador allende




5 de noviembre de 1970


Dijo el pueblo: «Venceremos», y vencimos.


Aquí estamos hoy, compañeros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo. Pero alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanados en la distancia de Cuauhtémoc y Tupac Amaru.


Hoy, aquí con nosotros, vence O'Higgins, que nos dio la independencia política, celebrando el paso hacia la independencia económica.

De los trabajadores es la victoria.


Del pueblo sufrido, que soportó por siglo y medio, bajo el nombre de Independencia, la explotación de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso, y de hecho, desentendida de él. La verdad, lo sabemos todos, es que el atraso, la ignorancia, el hambre de nuestro pueblo y de todos los pueblos del Tercer Mundo, existen y persisten porque resultan lucrativos para unos poco privilegiados.


Pero ha llegado por fin el día de decir basta. ¡Basta a la explotación económica! ¡Basta a la desigualdad social! ¡Basta a la opresión política!


Hoy con la inspiración de los héroes de nuestra patria, nos reunimos aquí para conmemorar nuestra victoria, la victoria de Chile; y también para señalar el comienzo de la liberación.


El pueblo, al fin hecho Gobierno, asume la dirección de los destinos nacionales.
Pero ¿cuál es el Chile que heredamos? Excúsenme, compañeros, que en esta tarde de fiesta y ante las delegaciones de tantos países que nos honran con su presencia, me refiera a temas tan dolorosos. Es nuestra obligación y nuestro derecho denunciar sufrimientos seculares,como dijo el presidente peruano Velasco Alvarado: «Una de las grandes tareas de la revolución es : romper el cerco del engaño que a todos nos ha hecho vivir de espaldas a la realidad».


Ya es tiempo de decir que nosotros los pueblos subdesarrollados fracasamos en la historia. Fuimos colonias en la civilización agrario-mercantil. Somos apenas naciones neocoloniales en la civilización urbano-industrial. Y en la nueva civilización que emerge, amenaza continuar nuestra dependencia.


Hemos sido los pueblos explotados. Aquellos que no existen para sí, sino para contribuir a la prosperidad ajena.


¿Y cuál es la causa de nuestro atraso? ¿Quién es responsable del subdesarrollo en que estamos sumergidos?


Tras muchas deformaciones y engaños, el pueblo ha comprendido. Sabemos bien, por experiencia propia, que las causas reales de nuestro atraso están en el sistema.


En este sistema capitalista dependiente, que, en el plano interno, opone las mayorías necesitadas a minorías ricas; y en el plano internacional, opone los pueblos poderosos a los pobres; y los más costean la prosperidad de los menos.


Heredamos una sociedad lacerada por las desigualdades sociales. Una sociedad dividida en clases antagónicas de explotadores y explotados.


Una sociedad en que la violencia está incorporada a las instituciones mismas, y que condena a los hombres a la codicia insaciable, a las más inhumanas formas de crueldad e independencia frente al sufrimiento ajeno.


Nuestra herencia es una sociedad sacrificada por el desempleo, flagelo que lanza a la cesantía forzosa y a la marginalidad a masas crecientes de la ciudadanía; masas que no son un fenómeno de superpoblación, como dicen algunos, sino las multitudes que testimonian, con su trágico destino, la incapacidad del régimen para asegurar a todos el derecho elemental al trabajo.


Nuestra herencia es una economía herida por la inflación, que mes tras mes va recortando el mísero salario de los trabajadores y reduciendo a casi nada -cuando llegan a los últimos años de su vida- el ingreso de una existencia de privaciones.

Por esta herida sangra el pueblo trabajador de Chile; costará cicatrizarla, pero estamos seguros de conseguirlo, porque la política económica del Gobierno será dictada desde ahora por los intereses populares.

Nuestra herencia es una sociedad dependiente, cuyas fuentes fundamentales de riquezas fueron enajenadas por los aliados internos de grandes empresas internacionales. Dependencia económica, tecnológica, cultural y política.


Nuestra herencia es una sociedad frustrada en sus aspiraciones más hondas de desarrollo autónomo. Una sociedad dividida, en que se niega a la mayoría de las familias los derechos fundamentales al trabajo, a la educación, a la salud, a la recreación, y hasta la misma esperanza de un futuro mejor.


Contra todas estas formas de existencia se ha alzado el pueblo chileno. Nuestra victoria fue dada por la convicción, al fin alcanzada, de que sólo un Gobierno auténticamente revolucionario podría enfrentar el poderío de las clases dominantes, al mismo tiempo movilizar a todos los chilenos para edificar la República del pueblo trabajador.


Ésta es la gran tarea que la historia nos entrega. Para acometerla, les convoco hoy, trabajadores de Chile.

Sólo unidos hombro a hombro, todos los que amamos a esta patria, los que creemos en ella, podremos romper el subdesarrollo y edificar la nueva sociedad.

Vivimos un momento histórico: la gran transformación de las instituciones políticas de Chile. El instante en que suben al poder, por la voluntad mayoritaria, los partidos y movimientos portavoces de los sectores sociales más postergados.


Si nos detenemos a meditar un momento y miramos hacia atrás en nuestra historia, los chilenos estamos orgullosos de haber logrado imponernos por vía política, triunfando sobre la violencia. Ésta es una noble tradición. Es una conquista imperecedera. En efecto, a lo largo de nuestro permanente combate por la liberación, de la lenta y dura lucha por la igualdad y por la justicia, hemos preferido siempre resolver los conflictos sociales con los recursos de la persuasión, con la acción política.


Rechazamos, nosotros los chilenos, en lo más profundo de nuestras conciencias, las luchas fratricidas. Pero sin renunciar jamás a reivindicar los derechos del pueblo. Nuestro escudo lo dice: «Por la razón o la fuerza». Pero dice primero por la razón.

Ya en 1845, Francisco Antonio Pinto escribía al general San Martín: «Me parece que nosotros vamos a solucionar el problema de saber como ser republicanos y continuar hablando la lengua española».


Las persecuciones contra los sindicatos, los estudiantes, los intelectuales y los partidos obreros, son la respuesta violenta de quienes defienden privilegios. Sin embargo, el combate ininterrumpido de las clases populares organizadas, ha logrado imponer progresivamente el reconocimiento de las libertades civiles y sociales, publicas e individuales.


Esta evolución particular de las instituciones en nuestro contexto estructural es lo que ha hecho posible la emergencia de este momento histórico en que el pueblo asume la dirección política de país. Las masas, en su lucha para superar el sistema capitalista que las explota, llegan a la presidencia de la República integradas, fundidas en la Unidad Popular, y en lo que constituye la manifestación más relevante de nuestra historia: la vigencia y el respeto de los valores democráticos, el reconocimiento de la voluntad mayoritaria.


Sin precedentes en el mundo, Chile acaba de dar una prueba extraordinaria de desarrollo político. Lo asume para orientar al país hacia una nueva sociedad, más humana, en que las metas últimas son la racionalización de la actividad económica, la progresiva socialización de los medios productivos y la superación de la división de clases.


La voluntad popular nos legitima en nuestra tarea. Mi Gobierno responderá a esta confianza haciendo real y concreta la tradición democrática de nuestro pueblo.
Pero en estas sesenta días decisivos que acabamos de vivir, Chile y el mundo entero han sido testigos, en forma inequívoca, de los intentos confesados para conculcar fraudulentamente el espíritu de nuestra Constitución; para burlar la voluntad del pueblo; para atentar contra la economía del país, y, sobre todo, en actos cobardes de desesperación, para provocar un choque sangriento, violento, entre nuestros conciudadanos.


Estoy personalmente convencido de que el sacrificio heroico de un soldado, el comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, ha sido el acontecimiento imprevisible que ha salvado a nuestra patria de una guerra civil.

¿Pero qué es el poder popular? Poder popular significa que acabaremos con los pilares donde se afianzan las minorías que, desde siempre, condenaron a nuestro país al subdesarrollo.
Acabaremos con los monopolios, que entregan a unas pocas docenas de familias el control de la economía.
Acabaremos con un sistema fiscal puesto al servicio del lucro, y que siempre ha gravado más a los pobres que a los ricos; que ha concentrado el ahorro nacional en manos de los banqueros y su apetito de enriquecimiento.
Vamos a nacionalizar el crédito para ponerlo al servicio de la prosperidad nacional y popular.
Acabaremos con los latifundios, que siguen condenando a miles de campesinos a la sumisión, a la miseria, impidiendo que el país obtenga de sus tierras todos los alimentos que necesitamos. Una auténtica reforma agraria hará esto posible. Terminaremos con el proceso de desnacionalización, cada vez mayor, de nuestras industrias y fuentes de trabajo, que nos somete a la explotación foránea.
Recuperaremos para Chile sus riquezas fundamentales. Vamos a devolver a nuestro pueblo las grandes minas de cobre, de carbón, de hierro, de salitre. Conseguirlo está en nuestras manos, en las manos de quienes ganan su vida con su trabajo y que están hoy en el centro del poder.
El resto del mundo podrá ser espectador de los cambios que se produzcan en nuestro país, pero los chilenos no podemos conformarnos con eso solamente, porque nosotros debemos ser protagonistas de la transformación de la sociedad.


Es importante que cada uno de nosotros se compenetre de la responsabilidad común.


Es tarea esencial del Gobierno Popular, o sea de cada uno de nosotros, repito, crear un Estado justo, capaz de dar el máximo de oportunidades a todos los que convivimos en nuestro territorio.


Se ha hablado mucho de la participación popular. Esta es la hora de que ella se haga efectiva. Cada habitante de Chile, de cualquier edad, tiene una tarea que cumplir. En ella se confundirá el interés personal con la generosa conducta del quehacer colectivo. No hay dinero suficiente en ningún Estado del mundo para atender todas las aspiraciones de sus componentes, si éstos no adquieren primero conciencia de que junto a los derechos están los deberes y que el éxito tiene más valor cuando ha surgido del propio esfuerzo. Como culminación del desarrollo de la conciencia del pueblo, surgirá espontáneamente el trabajo voluntario, el que ya ha sido propuesto por la juventud.


Con razón escriben en las murallas de París: «La revolución se hace primero en las personas y después en las cosas».


Justamente, en esta ocasión solemne, quiero hablar a los jóvenes: No seré yo, como rebelde estudiante del pasado, quien critique su impaciencia, pero tengo la obligación de llamarlos a serena reflexión.
Tienen ustedes la hermosa edad en que el vigor físico y mental hacen posible prácticamente cualquier empresa.
Tienen por eso el deber de dar impulso a nuestro avance. Conviertan el anhelo en más trabajo.
Conviertan la esperanza en más esfuerzo.
Conviertan el impulso en realidad concreta.
Miles y miles de jóvenes reclamaron un lugar en la lucha social. Ya lo tienen. Ha llegado el momento de que todos los jóvenes se incorporen.


A los que aún están marginados de este proceso les digo: vengan, hay un lugar para cada uno en la construcción de la nueva sociedad. El escapismo, la decadencia, la futilidad, la droga, son el último recurso de muchachos que viven en países notoriamente opulentos, pero sin ninguna fortaleza moral. No es ése nuestro caso. Sigan los mejores ejemplos. Los de aquellos que lo dejan todo por construir un futuro mejor.


Como Presidente de la República, puedo afirmar, ante el recuerdo de quienes nos han precedido en la lucha y frente al futuro que nos ha de juzgar, que cada uno de mis actos será un esfuerzo par alcanzar la satisfacción de las aspiraciones populares dentro de nuestras tradiciones.



Esta nueva moral presidirán los actos de los hombres de Gobierno. En el inicio de la jornada debo advertir que nuestra administración estará marcada par la absoluta responsabilidad, a tal punto, que hago mía la frase de Fidel Castro: «En este Gobierno se podrán meter los pies, pero jamás las manos».


Seré inflexible en custodiar la moralidad del régimen.


Nuestro programa de Gobierno, refrendado por el pueblo, es muy explícito en que nuestra democracia será tanto más real cuanto más popular, tanto más fortalecedora de las libertades humanas, cuanto más dirigida por el pueblo mismo.


Nuestra vía, nuestro camino, es el de la libertad.


Libertad para la expansión de las fuerzas productivas, rompiendo las cadenas que hasta ahora han sofocado nuestro desarrollo.


Libertad para que cada ciudadano, de acuerdo con su conciencia y sus creencias, aporte su colaboración a la tarea colectiva.


Libertad para que los chilenos que viven de su esfuerzo obtengan el control y la propiedad social de sus centros de trabajo.


Simón Bolivar intuyó para nuestro país: «Si alguna república permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de la libertad».


Nuestra vía chilena será también la de la igualdad.
- Igualdad para superar progresivamente la división entre chilenos que explotan y chilenos que son explotados.
- Igualdad para que cada uno participe de la riqueza común de acuerdo con su trabajo y de modo suficiente para sus necesidades. - Igualdad para reducir las enormes diferencias de remuneración por las mismas actividades laborales.
- La igualdad es imprescindible para reconocer a cada hombre la dignidad y el respeto que debe exigir.

Los trabajadores, obreros, empleados, técnicos, profesionales e intelectuales tendrán la dirección económica del país y también la dirección política.
Por primera vez en nuestra historia, cuatro obreros forman parte del Gobierno como ministros de Estado.

Crear una nueva sociedad en que los hombres puedan satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, sin que ello signifique la explotación de otros hombres.

Crear una nueva sociedad que asegure a cada familia, a cada hombre o mujer, a cada joven y a cada niño: derechos, seguridades, libertades y esperanzas.

Que a todos infunda un hondo sentimiento de que están siendo llamados a construir la nueva patria, que será también la construcción de vidas más bellas, más prósperas, más dignas y más libres para ellos mismos.

Crear una nueva sociedad capaz de progreso continuado en lo material, en lo técnico y en lo científico. Y también capaz de asegurar a sus intelectuales y sus artistas las condiciones para expresar en sus obras un verdadero renacer cultural.

Crear una nueva sociedad capaz de convivir con todos los pueblos: de convivir con las naciones avanzadas, cuya experiencia puede ser de gran utilidad en nuestro esfuerzo de autosuperación. Crear, en fin, una nueva sociedad capaz de convivir con las naciones dependientes de todas las latitudes, hacia las cuales queremos volcar nuestra solidaridad fraternal.



Colaboraremos resueltamente al fortalecimiento de la paz, a la coexistencia de los Estados. Cada pueblo tiene el derecho a desarrollarse libremente, marchando por el camino que ha elegido. Pero bien sabemos que, por desventura, como claramente denunció Indira Gandhi en las Naciones Unidas: «El derecho de los pueblos a elegir su propia forma de gobierno se acepta sólo sobre el papel. En lo real existe una considerable intromisión en los asuntos internas de muchos países. Los poderosos hacen sentir su influencia de mil maneras».


Chile, que respeta la autodeterminación y practica la no intervención, puede legítimamente exigir de cualquier Gobierno que actúe hacia él en la misma forma.


El pueblo de Chile reconoce en sí mismo al único dueño de su propio destino. Y el Gobierno de la Unidad Popular, sin la menor debilidad, velará para asegurar este derecho.

Señores representantes de gobiernos, pueblos e instituciones: este acto de masas es un fraterno y emocionado homenaje a ustedes. Soy un hombre de América Latina, que me confundo con los demás habitantes del continente, en los problemas, en los anhelos y en las inquietudes comunes. Por eso en esta hora, entrego mi saludo de gobernante a los hermanos latinoamericanos esperanzado en que algún día el mandato de nuestros próceres se cumpla y tengamos una sola y gran voz continental.


Aquí están también, reunidos con nosotros, representantes de organizaciones obreras, venidos de todas partes del mundo; intelectuales y artistas de proyección universal, que han querido solidarizar con el pueblo de Chile y celebrar con él una victoria que, siendo nuestra, es sentida coma propia por todos los hombres que luchan por la libertad y la dignidad.
A todos los que se encuentran aquí, embajadores, artistas, trabajadores, intelectuales, soldados, Chile les extiende la mano de su amistad.
Permítanme, huéspedes ilustres, decirles, que ustedes son testigos de la madurez política que Chile está demostrando.
A ustedes, que han contemplado por sus propios ojos la miseria en que viven muchos de nuestros compatriotas.
A ustedes, que han visitado nuestras poblaciones marginales -las callampas- y han podido observar cómo se puede degradar la vida a un nivel infrahumano en una tierra fecunda y llena de riquezas potenciales, habrán recordado la reflexión de Lincoln: «Este país no puede ser mitad esclavo y mitad libre».
A ustedes, que han escuchado cómo la Unidad Popular llevará a cabo el programa respaldado por nuestro pueblo. A ustedes formulo una petición: lleven a sus patrias esa imagen del Chile que es, y esta segura esperanza del Chile que será. Digan que aquí la historia experimenta un nuevo giro. Que aquí un pueblo entero alcanzó a tomar en sus manos la dirección de su destino para caminar por la vía democrática hacia el socialismo.


Este Chile que empieza a renovarse, este Chile en primavera y en fiesta, siente como una de sus aspiraciones más hondas el deseo de que cada hombre del mundo sienta en nosotros a su hermano.




más tarde ante la Onu diría:



Entre septiembre y noviembre del año mencionado, se desarrollaron en Chile acciones terroristas planeadas fuera de nuestras fronteras, en colusión con grupos fascistas internos, las que culminaron con el asesinato del comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, hombre justo, gran soldado, símbolo del constitucionalismo de las Fuerzas Armadas de Chile.
En marzo del año en curso, se revelaron los documentos que denuncian la relación entre esos tenebrosos propósitos y la ITT (gigantesca corporación estadounidesnde, cuyo capital era superior al presupuesto nacional de varios países latinoamericanos juntos, y superior inclusive al de algunos paises desarrollados). Esta última ha reconocido que inclusive hizo en 1970 sugerencias al gobierno de Estados Unidos para que interviniera en los acontecimientos políticos de Chile. Los documentos son auténticos.
Posteriormente, el mundo se enteró con estupor, en julio último, de distintos aspectos de un nuevo plan de acción que la misma ITT presentara al gobierno norteamericano, con el propósito de derrocar a mi gobierno en el plazo de seis meses. Tengo aquí el documento, fechado en octubre de 1971, que contiene los 18 puntos que constituían ese plan. Proponía el estrangulamiento económico, el sabotaje diplomático, crear el pánico en la población, el desorden social, para que al ser sobrepasado el gobierno, las Fuerzas Armadas fueran impulsadas a quebrar el régimen democrático e imponer una dictadura.
Señores delegados: Acuso ante la conciencia del mundo a la ITT de pretender provocar en mi patria una guerra civil. Esto es lo que nosotros calificamos de acción imperialista.


Blanco y en botella.

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