sábado, 12 de julio de 2008

Carrillo


Me estoy leyendo las memorias de Santiago Carrillo. Es un hombre que cuando ha aparecido en televisión me ha gustado escucharle, pero nunca ha terminado de convencerme, quizá por la alargada sombra de los fusilamientos de Paracuellos, que nunca he tenido claro si fueron cometidos bajo su conocimiento o consentimiento.






Algunos energúmenos como Cesar Vidal, le acusan directamente a él, también a Margarita Nelken (representante del movimiento feminista en España, destacada crítica de arte, periodista y escritora, organizadora del moviento de Mujeres Antifascistas), diputada socialista sin ninguna participación en el Gobierno ni en la Junta de Defensa de Madrid, y a muchos otros de estos asesinatos. Por lo visto, Vidal, ha escrito un libro titulado Paracuellos-Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda. Donde trata de demostrar que las matanzas de Paracuellos no eran sino un episodio más en los afanes exterminacionistas de la izquierda. Toda una joya de imparcialidad, como siempre. (Lamento muchísimo haberme leído en su día un libro de este señor).

Por mi parte, me inclinado siempre más por la misma idea que defiende el hispanista Gibson, que afirma que es difícil de creer que Carrillo no estuviese enterado de las matanzas que se habían producido los días 7 y 8 de noviembre, si no enseguida, si muy poco tiempo después (máxime teniendo en cuenta la conversación con Schlayer, en la que éste le había advertido de la situación de los presos), si bien es posible que no tuviese nada que ver con ella. Gibson concluye que tanto Carrillo como su delegado, Segundo Serrano Poncela, encargado de la Dirección General de Seguridad, prefirieron no darse por enterados del sistema de terror y muerte implantado antes de su llegada al poder, pero continuado durante su mandato. A la vista de esta situación, tanto Carrillo como Serrano Poncela optaron por hacer la vista gorda.

No existe sin embargo ninguna prueba documental o testimonio directos que prueben o acusen a Carrillo de haber ordenado las matanzas, aunque sí documentos o citas de terceras personas que han sido interpretadas por algunos autores como pruebas. El propio Carrillo ha desmentido repetidamente que fuese él la persona que ordenase las matanzas, centrándose en las sacas de la cárcel Modelo y atribuyéndolas generalmente a grupos de incontrolados operando fuera de su jurisdicción, que interceptaron los convoyes, los cuales contaban con una escolta escasa y poco dispuesta a defender a los presos debido a la crítica situación militar y de estado de ánimo de los defensores de la ciudad.

Cuando lees sus memorias, percibes el ambiente de angustia que se vivió en Madrid aquellos días. Las columnas fascistas rodeaban la ciudad y la aviación bombardeaba constantemente. Dentro de la propia ciudad "la quinta columna" trataba de minar la moral de aquellos que resistían, y caminar por las calles de noche era arriesgarse a ser tiroteado por cualquiera. La ciudad parecía sumida en la anarquía, en manos de los grupos violentos. El gobierno republicano, teminendo que Madrid no sería capaz de resistir ese primer asalto de los golpistas, como resistió durante meses, se trasladó huyendo a Valencia dando la ciudad por perdida. La ciudad quedó en manos de la Junta de Defensa de Madrid, bajo el mando militar del general Miaja, destacando también Santiago Carrillo.



Sin embargo se las veían y se las deseaban para hacerse obedecer. Los grupos políticos: socialistas, anarquistas, comunistas, fascistas... se enfrentaban unos contra otros y por si fuera poco, dentro de cada uno también existían corrientes antagónicas. Pese a todo, cuando las tropas asaltantes consiguieron cruzar el río Manzanares, las mejores tropas del ejército nacional se estrellaron contra la resistencia republicana con duros combates en torno a la Casa de Campo, la Ciudad Universitaria y el barrio de Argüelles, donde se estabilizó el frente. Ante la imposibilidad de tomar la capital, el ataque se suspendió el 11 de noviembre.

La resistencia de las milicias populares predominantemente socialistas y comunistas, unida de forma decisiva a los refuerzos de las Brigadas Internacionales, permitió que Madrid, convertido en un símbolo de resistencia contra los sublevados siguiera en manos de la República durante el resto de la contienda. Miles de madrileños ayudaron a los milicianos cavando trincheras, instalando puestos médicos, de comida. El 9 de noviembre la primera brigada internacional de voluntarios extranjeros desfilo por la Gran Vía, ante la multitud que los vitoreaba equivocadamente: "¡Vivan los rusos!".

Pero durante esos días, los rebeldes llegaron a estar a doscientos metros de la cárcel Modelo de Madrid, donde estaban bajo prisión los elementos más activos del fascismo de la capital, que de tener oportunidad de colaborar con los asaltantes, lo harían.
Su cifra era superior a la de los dos mil, y si conseguían cruzar el frente, probablemente lograrían desestabilizar las fuerzas de la resistencia. Por esa razón, se iniciaron los traslados a prisiones de otras ciudades cercanas a Madrid.

En el libro de memorias, Carrillo da pruebas de los controles en las carreteras al margen de la ley que ejercían los diferentes sectores políticos. Incluso a él, en una ocasión en la que acudía a Valencia a una reunión con el gobierno, fue interceptado y obligado a regresar a la capital.

Carrillo justifica su actuación basándose en la ignorancia. Según él, no tubo conocimiento de los hechos ocurridos en Paracuellos "hasta mucho después". Los convoys de prisioneros, una vez fuera de la ciudad, debieron encontrarse con grupos radicales a los que no pudieron oponerse, porque dadas las necesidades, la escolta era muy reducida. Estos grupos serían quienes decidieron terminar con el problema fusilándolos.

Eso explicaría también porque no todos los convoys terminaron de la misma manera, y la mayoría alcanzaron su destino. Tampoco fueron eliminados los individuos más importantes del fascismo, algunos de ellos fueron trasladados sin novedad, lo que demuestra que no fueron asesinatos selectivos.





Realmente dudo que sepamos lo que sucedió. Pero inclinándome por la más plausible, creo que Carrillo sí que conocía esos hechos, y que no hizo nada para evitarlos dadas las circunstancias nacionales y el estado de sitio de Madrid.


Sin embargo, me resulta también paradójico que mucha gente haya oído hablar de las matanzas de Paracuellos, pero no era tan conocido, o al menos no lo era para mí, la represión que se produjo en Badajoz, donde el periodista norteamericano Jay Allen pudo contar mil ochocientos fusilados, y las autoridades le informaron de un total de cuatro mil. A estos republicanos se les ametralló en la plaza de toros.

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