martes, 27 de enero de 2009

El niño de La Guardia.

"No hay que decir que, en el resto de Europa, todo había cambiado: los aires eran nuevos y se respiraba una libertad de espíritu. Pero España había estado ocupada en el largo quehacer de su Reconquista, que aún no podía decirse del todo rematada. Exactamente porque había sido en lo esencial una cuestión religiosa más que política, por conveniencia de los interesados: conveniencia que era prudente seguir manteniendo. Se da por sabido que eran la riqueza y el poder, y no la religión, lo que de veras gobernaba los movimientos de los Grandes. Se afirma que no fue el brillo del oro el que instaló con rotundidad la Inquisición aquí, sino evitar la menor fisura religiosa en la comunidad cristiana. Evitarla, sí, salvo que por esa fisura entrase el oro. Claro que, de tal cosa nadie hablaba. Sobre todo quienes no estaban en condiciones de tocarlo"
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El pedestal de las estatuas.
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Esta era la situación de la naciente España, entorno a la época de la conquista de Granada.
Por esa década apareció un rumor. Uno de esos que nacen en ocasiones y terminan por desvanecerse.
La diferencia en este caso es que el rumor se fue incrementando cada vez más, hasta alcanzar cotas, que de no ser por trágico, sería cómico.
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Nos situamos.
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Se detiene por la Inquisición a unos hombres acusados de judaizantes y se les somete a tormento.
Hasta ahí, nada nuevo.
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Uno era natural de La Guardia, en Toledo. Todos confiesan, como es lógico, cualquier cosa, por tal de verse libres, exculpados o que cesen los tormentos.
El cruce de acusaciones fue formidable, amén de contradictorio.
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Finalmente se construye la historia de la desaparición de un niño. Desaparición que no fue nunca denunciada a las autoridades y cuyo cuerpo nunca aparecería.
En unos casos al niño se le llamaría Juan y en otros, Cristóbal.
Tampoco importa tanto. Llamémosle Niño de La Guardia y punto.
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Pronunciada la acusación formal ante el tribunal, los acusados lo negarían todo. De poco les valdría.
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La historia construida quedó más o menos así:
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Los judaizantes, con ánimo de vengarse de los inquisidores a través de un hechizo, necesitaban una hostia consagrada y el corazón de un niño.
Secuestraron a un chaval (empiezan los detalles), en la puerta de la catedral de Toledo y se lo llevaron a la Guardia. Una vez logró escapar, pero lo volvieron a secuestrar. Allí le juzgan simulando un auto de fe, le azotaron, le coronaron de espinas y fue crucificado, "sin queja, ni lágrima".
Mientras estaba en la cruz, se le extrajo el corazón, pero como su asesino lo buscaba en el lado derecho, el niño le indicó con serenidad que lo tenía en el derecho.
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A este respecto se conservan en la ermita los versos de un secretario de Carlos V, durante una visita del emperador a esa villa:
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"Pasado con el cuchillo el tierno pecho,
saliéndole la sangre apresurada,
dijo el Niño: si en tanto amor estrecho
buscas mi corazón, furia malvada,
búscale al otro lado, no al derecho".
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De pronto aparecen los nombres de sus padres, de los que nadie sabe nada, Alonso de Pasamonte y Juana la Guindera, que para más inri, era ciega y estaba pidiendo limosna con su hijo cuando se lo robaron. Tras la muerte del niño recuperaría milagrosamente la vista.
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Los acusados fueron llevados a la Guardia para indicar el lugar donde habían sepultado los restos del niño. Señalaron un sitio donde no había nada, por lo que se tomó la desaparición del cuerpo como otro milagro.
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Todos los implicados fueron condenados a la hoguera.
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Con los bienes embargados a los condenados se construyó el monasterio de Santo Tomás en ávila, donde se conserva la supuesta hostia consagrada que robaron.
Se cuenta también que en 1599 durante una epidemia de peste, se sacó en procesión la hostia y la peste remitió.
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Como guinda a la historia, el niño de la Guardia fue canonizado, y en esa localidad todos los años se celebran fiestas patronales en su honor.

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